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Ancla 1

La Vieja Guardía

Era una noche calurosa en aquella ciudad playera, el viento soplaba, apenas y soplaba, con trabajo y movía algunas hojas en los pocos árboles, aún menos movía las grandes y pesadas hojas de las palmeras, era una ciudad muy tranquila a pesar de ser un lugar turístico muy concurrido por todo el mundo, esa temporada en particular, fue tranquila, la peor temporada en años decías los restauranteros y vendedores de chuches a los turistas, de todo el mundo venían a conocer las hermosas playas de aquellas costas, las playas tan azules y la arena blanca y limpia. 

Desde hacía casi seis años que Alberto había llegado a vivir ahí, hacía casi tres que salía con Mónica, llegó a esa ciudad por muchos motivos propios que nunca ha querido contar, ella vagamente conoce algunas cosas que él a veces esboza sin darse cuenta hasta que ya las dijo, sin más remedio intenta disimular contando cualquier cosa extra, pero en otras simplemente pide que no pregunte más, no todo lo que ha vivido puede contar. 

Él es casi cinco años mayor que ella, la vida lo llevó a tantos lugares como su estupidez se lo ha permitido, o su astucia, siempre dice que entre lo valiente y lo estúpido hay muy poca diferencia. 

No se puede dudar de su gran intelecto, sin embargo, tampoco se puede negar lo imprudente que es, los riesgos sin sentido que toma por un poco de diversión, por esa adrenalina a la que alguna vez fue adicto, un pergamino en el cuerpo y otro en el alma son los que carga, tallado con cinceles de oro y marros de diamantes.

Es alto, de complexión delgada, moreno claro, ella bajita, un poco llenita, sus ideas discrepan en muchos sentidos, lo que él cree ella lo duda, lo que ella cree él lo desafía, pero como en todo, siempre habrá algo que los hace ser iguales, son tan diferentes e iguales al mismo tiempo que asustan.

-¿A dónde quieres ir bebé? Dice él saliendo del cine de la ciudad mientras la abraza por la espalda envolviendo su cintura con sus manos, uno de sus mayores placeres, poder abrazarla. 

-No sé -con su habitual voz tierna y dulce le responde, esa voz con la que sabe que puede conseguir cualquier cosa de él- sólo quiero estar contigo otro rato. 

-Pero a donde amor. Vuelve a preguntar, mientras caminan pasan por algunos coches que salen del estacionamiento, se detienen hasta que les otorgan el paso. 

Ella no responde, se da media vuelta hasta tenerlo de frente, lo besa y camina a su lado, lo toma por la cintura mientras caminan, llegan a su motocicleta, la abraza dándole un beso en la frente antes de soltarla, toma el casco, él siempre se lo pone, es su manera de cuidarla, ayudarla en todo lo que pueda, es como la ama muy a su manera, descuidado, torpe y frío, pero siente y siente mucho. 

Ella es abiertamente escéptica a todo lo divino, celestial, a todo a lo que tenga que llevar algo de “Dios” en él, él, por su parte, es creyente, pero para ella eso es raro, a él no le gusta explicar porque cree, o porque cree como cree, resumió su ideología de una manera sencilla y práctica: “Yo soy un ateo religioso” o un “creyente de ciencia”, siempre lo dice así, todo depende del punto de vista de quien lo escucha.

Después de años sin querer saber nada de su pasado, hoy en este caluroso día de verano, todo aquello de lo que no habla lo volverá a alcanzar, ahora ella sabrá porque oculta con tanto fervor muchas de sus historias, porque no puede olvidar un pasado que lo atormenta con tanta insistencia… 

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© Copyright 2023 by Alberto Núñez.

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