



Diario
Como cada tarde Doña Catarina va al parque Las Tertulias a dar de comer a las palomas, tiene más de quince años que se mudó a aquella ciudad, desde la muerte de su amado esposo Don Gregorio, se fue con su hijo Augusto y desde entonces no ha faltado ni un sólo día a las citas con sus amigas emplumadas, muchas palomas al verla cruzar la puerta del sur se remolinan frente a la misma banca, una banca color verde oscuro, de acero forjado y decoraciones como si fueran las ramas de algún colorido rosal.
Doña Catarina reconoce a cada uno de los asistentes del parque: mira a Lucía, que cuando ella llegó apenas podía subirse a la resbaladilla ella sola, ahora da pasos torpes de embarazada, mira a Luis y a María que ya van por su tercer hijo, se casaron y mudaron ahí hace doce años, doña Catarina siempre observa cómo la misma pareja de enamorados se pelean y reconcilian en la misma banca casi todos los días, a Laurita que en este año ya va por su tercer novio, ha visto nacer y crecer a todos esos niños que revolotean y llenan de alegría y vida los juegos de frío metal pintados de colores brillantes y llamativos.
Ve a un pequeño niño que la cautiva con su sonrisa, lo observa por un largo rato brincar del pasto a la banqueta, pareciera que escala un gran edificio por la emoción en sus hermosos ojos llenos de vida, no debe tener más de cinco años, a su edad es difícil saber, no puede distinguir si es niño o niña, viene jugando entre las baldosas de la banqueta, dando saltos evita tocar las líneas dibujadas en el suelo, un niño rubio, con el cabello rizado y un poco largo, mejillas redondas y rosadas, labios rosas, ojos color azul y unos pequeños dientes que se asoman por sus labios con cada risita, vestido con una chamarra amarilla con gorro, unos pequeños Jeans azules y unas botitas color marrón.
Doña Catarina lo observa intentado recordar quién es, pero, por más que lo ve, no lo reconoce, tal vez la edad comienza a cobrarle factura y su memoria poco a poco va desapareciendo.
-Hermoso, ven- le dice la señora del cabello blanco grisaseo- ven hermoso, ándale ven.
El niño la ve y sonríe, entre carcajadas de alegría dos hoyuelos se le hacen en las pequeñas mejillas rosadas, el pequeño aplaude caminando lentamente hacia ella, antes de llegar se tira al suelo, queda a un metro de la banca favorita de Doña Catarina, de su chamarra amarilla sale un pequeño cuaderno negro con letras doradas, el niño lo abre y suelta a reír con más fuerza, la anciana se emociona sólo con verlo, le parece hermoso, un angelito jugando en el parque.
Después de unos minutos le pide el album, el niño lo deja en el suelo y se pone de pie corriendo alrededor de ella, la anciana casi con lagrimas en los ojos por la emoción de verlo jugar -se parece tanto a mi Arturo- dice una y otra vez, recuerda el álbum de fotos y lo toma con ambas manos, el idioma de la portada no lo reconoce -Han de andar de visita- piensa ella -por eso no lo puedo recordar- abre el álbum y hay una foto en el centro de la primer página, la observa con la calma y paciencia que sólo la edad puede regalar.
-No son fotos -se dice a sí misma- pero que bonitos dibujos.
La primer imagen es un cuervo dormido en su nido, da la vuelta a la página y se da cuenta que en las siguientes dos páginas sólo hay otra imagen, en la hoja del lado derecho, la siguiente imagen es otro cuervo, ahora está de pie, pareciera observar el cielo, la risa del niño aún domina en lugar, levanta la vista mientras da la vuelta a la página, ve al niño correr alrededor de ella emocionado, baja la vista y ve al cuervo en una nueva imagen abriendo las alas, parecería que va a volar, gira nuevamente la hoja y ahora lo ve hacerlo.
-Es una secuencia de imágenes, qué bien dibuja tu papá amor. -Le dice al niño que se tiró en el suelo frente a ella observándola.
Cuando gira nuevamente la página ve al cuervo volando sobre unos árboles, en eso se oye graznar un cuervo real posándose sobre un árbol apenas a dos metros de ellos, la anciana sonríe y le dice al niño -Parece que el cuervo de tu papá ha venido a visitarnos.
Gira la página y ve al cuervo descender y posarse sobre un árbol, frente a él está una banca donde una anciana pareciera leer, la imagen perturba a la vieja clavándose en los detalles tan finos que pareciera foto y no dibujo.
Vuelve a girar la página y ve al cuervo frente a la anciana de la banca, el cuervo grazna frente a ella asustándola, el corazón le late y acelera, vuelve a ver el dibujo y por unos segundos sus oídos zumban, el pánico se apodera de ella, la señora del dibujo se parece tanto a ella que comienza a temblar, intenta dejar el libro pero no puede, gira una vez más las hojas y ve a un bebé corriendo hacia la anciana con un cuchillo en mano, sus pupilas se dilatan mientras traga saliva, gira por última vez la página y ve a la anciana tirada en el suelo, al ave a unos centímetros de ella y al niño sentado sobre ella con una hermosa sonrisa chapeteada y hoyuelos en las mejillas, con los risos brincando mientras él juega a encajarle el cuchillo en el rostro, cuello y pecho.
La anciana no puede más, avienta el libro, recuerda al bebé que lo traía y alza su vista, ve al niño corriendo hacía ella, con paso torpe pero firme, sus risos brincando con cada paso y su carcajada llenando el silencio del vacío parque, su mano izquierda sujetando su pecho y en la derecha un enorme cuchillo, la anciana no tiene tiempo de ponerse de pie cuando el niño entre carcajadas y sonrisas le encaja el arma en la rodilla derecha, el ave grazna revoloteando las alas mientras la vieja con un grito de dolor cae al suelo.
El niño juega y sonríe, se carcajea mientras se sube a la señora, aplaude con el arma en su mano encajándosela de vez en cuando, la sangre de la rodilla brota con tanta fuerza que pronto mancha la banqueta, primero es el rostro el que prueba el frío metal, le abre una gran herida cerca del ojo derecho, a penas a medio centímetro de éste, luego más abajo le alcanza el labio superior, las carcajadas del niño resuenan en todo el parque, pareciera que entre más profundo entra el metal más se emociona, entre más sangre brota, más grita, más ríe, ningún otro sonido se escucha, el ave negra observa con tanta curiosidad y tan cerca como cree seguro.
El cuerpo de la anciana tiembla y convulsiona mientras el hermoso infante de los risos y hoyuelos se apodera del lugar con sus carcajadas, las dos heridas del rostro son acompañadas por otras más en el cuello, otras dos en los pechos, cuatro en la espalda y por ultimo, una… en la yugular…