



El Primer Gigante
-Esta mañana unos hombres salieron de caza y mataron a nuestros hermanos y ahora usan nuestras pieles como ropa, este niño crecerá igual que ellos y tratará de matarnos para comer nuestra carne y cubrir sus cuerpos desnudos, no podemos ser misericordiosos con ellos, ellos, no lo son con nosotros.
-Este niño se encuentra bajo mi protección y les mando que lo dejen en paz o se enfrentaran a mí. Ordena aquel ser celestial.
Los felinos gruñen y tratan de atacar al ángel pero no lo pueden tocar, él derriba un árbol dejándolo caer cerca de las fierras a lo que estas se asustan y huyen.
-Ya puedes salir -Dice el ser divino- ya no hay nadie.
El niño asoma lentamente la cabeza, hasta que se percata de que las fieras se han retirado, ve al ser divino flotando frente a él.
-No temas pequeño, te he salvado, alejé a las fieras y ahora te dejarán en paz.- espera mirando al niño pero no responde.- ¿No sabes hablar? - sólo asienta con la cabeza afirmando que si puede hablar pero continua sin producir sonido de sus labios- entonces es miedo lo que tienes, no temas recuerda, yo te ayudé.
El ángel aquél extiende su mano hacia el niño esperando que este la tome y se sienta seguro.
-¿Entonces tú me salvaste? Pregunta el infante.
-Si pequeño yo lo hice.
-Soy niña -responde aquella pequeña criatura.
-¿Eres mujer? Lo siento, no se distinguir los géneros entre los humanos, mi nombre es Arcadio, ¿Cuál es el tulló?
-Yo me llamo Amelia.
-¿De qué parte eres pequeña?
-De ningún lugar, mis padres fallecieron hace unos días y la gente de mi tribu dijo que no podían cuidarme y me echaron, ahora no tengo donde estar.
Aquel ángel escucha con gran asombro las palabras de la pequeña, la crueldad con la que fue rechazada por su propia gente lo deja anonadado.
-Busca un árbol grande y fuerte, escoge el que tú quieras, te ayudaré a que tengas un lugar donde dormir lo mejor posible, yo te cuidaré de ahora en adelante.
La pequeña niña emocionada salta y trata de abrazar a Arcadio pero cae al suelo, no lo puede tocar.
-Cuidado pequeña -dice Arcadio- yo no soy ser de la tierra, las criaturas que aquí habitan no me pueden tocar, no trates de hacerlo tú, te puedes lastimar al intentarlo; no llores, levántate necesitas ser fuerte, vamos, ponte de pie y dime que árbol te gusta más.
En un momento antes de que el tiempo se contara, el mundo se encontraba devastado y desordenado, era tierra de nadie y los pocos habitantes apenas y salían de sus cuevas, las bestias caminaban por doquier sin que nadie pudiese hacer algo.
En este tiempo los ángeles y querubines solían subir y bajar al mundo sin que nadie les dijese nada, un día, un ángel bajó y miró a un niño humano huyendo de una gran jauría de tigres, el niño, por más que se ocultaba, con su gran olfato estos lo encontraban, el niño de apenas unos diez u once años se desesperaba pero defendía como podía de sus perseguidores.
Aquel ángel miró por largo rato la escena y se empezó a cuestionar porque no se les tenia permitido ayudar a las criaturas terrestres ni cuando su vida dependía de un hilo, después de un rato miró hacia el cielo y con una mueca dijo a otro que lo observaba que sí que podía hacer, a lo que se le respondió que sólo observar, el ángel no muy convencido bajó hasta el niño el cual se escondía en el hueco de un árbol en el suelo, las fieras rodeaban su única guarida, el ángel habló con aquellas feroces bestias diciéndoles:
-¿Por qué persiguen a este pequeño humano? Todos los felinos se voltean a ver con caras extrañadas, regresan la mirada a uno de ellos el cual responde:
-Este pequeño humano, como tú lo dices, pronto crecerá y será un cazador el cual nos buscará y tratará de matarnos como todos los suyos.
-¿Cómo pueden estar tan seguros? Replica el ángel una vez más a favor del niño.