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El Primer Gigante

Ancla 1

La pequeña se levanta apretando los puños y conteniendo las lágrimas, observa a su alrededor unos minutos hasta que con su pequeño dedo apunta a un árbol pequeño en tamaño pero verde y lleno de vida.

-¿Te gusta ese árbol? -Pregunta el ángel- es pequeño y muy cerca del suelo.

-Me gusta a pesar de ser pequeño, no es muy grande pero es justo lo que necesito para vivir.

 

-Tienes razón.

El ángel extiende sus manos, con movimientos suaves de su muñeca algunos pedazos de madera comienzan a temblar, poco a poco estos comienzan a moverse hasta rodear y subir al árbol, ramas envuelven la madera y la ajustan una con otra hasta que forma una casa dentro de las ramas, voltea hacia los demás árboles y con un abrazo al aire una fuerte corriente sopla haciendo que los frutos de los demás arboles comiencen a desprenderse y caminar hasta entrar en la casa.

-Ahora, esta será tu casa y podrás vivir en ella todo el tiempo, yo vendré a ver cómo te encuentras de vez en cuando, pero ahora ya me tengo que ir.

-Gracias -dice la niña con lágrimas en los ojos- no sé cómo pagarte.

-No necesitas hacerlo.

 

-Sé que no te puedo tocar pero si puedo hacer esto.

 

Arcadio observa a la niña como lleva una de sus manos al rostro y besa la palma de la misma a la cual sopla, el beso vuela hasta llegar a él, el ángel extrañado sonríe y se retira.

Pasan los años y como arcadio prometió constantemente visita a Amelia, la ve crecer hasta convertirse en una mujer de veinte años; un día que arcadio bajó del cielo a visitarla no la encontró en la casa, poco extrañado va al río a buscarla, al llegar la ve recostada sobre una piedra sin ropa, se encontraba bañándose.

No era la primera vez que la viera así, pero, por algún motivo en esta ocasión fue distinto, se quedó observándola, se deleitó ante la figura de una mujer joven y hermosa, después de unos segundos tuvo miedo y se retiró del lugar sin que Amelia se percatara de su presencia, al subir al cielo buscó al Linkay, el ángel a cargo del cuidado de este mundo...

-¿Puedo realizar una pregunta?

-Si esa fue tu pregunta, ya está hecha.

-Disculpe, pero deseo realizar otro cuestionamiento.

 

-¿Se trata de Amelia?

-¡¿Sabe de Amelia?! -piensa con miedo y mirada avergonzada.

 

-Desde que decidiste acerté cargo de ella.

-Sé que no debí, pero algo dentro de mí me impulso a hacerlo, lo siento.

 

-No te disculpes, hiciste conforme a tu instinto de ayudar, no puedes corregir eso en ti.

 

Un pequeño silencio se apodera de la sala, Arcadio tomando valor para continuar respira profundamente y continua:

-Hoy bajé a verla, sucedió algo que nunca me había pasado, el verla me deleitó los ojos y sólo quería contemplarla.

-Eso, puede tener dos nombres.

-¿Cuáles? Pregunta con temor.

-Lujuria, la cual es un pecado, o amor, de lo que todos nosotros estamos hechos.

-¿Cómo puedo saber discernir entre uno y otro?

-Solo tú puedes saberlo, ¿cuál es tu deseo hacia ella?

 

-Desde que la vi, siempre he querido cuidarla, he bajado hasta La Cuna sólo para verle, la he visto pasar de ser una niña hasta una mujer, conozco cada rasgo de ella, hubo un tiempo que bajaba a verla cuando dormía, el verle así me hacía sentir bien.

-Sabes que los seres de aquí no tenemos permiso de enamorarnos ¿verdad? Ni siquiera fuimos hechos para algo así.

 

-Sí, lo sé. Arcadio estrecha sus hombros contra el cuerpo en señal de tristeza.

 

-No puedo decirte que hacer ya que nunca había sucedido algo así, necesito consultarlo con el Señor y que él me diga que se ha de hacer, por el momento no bajes a La Cuna.

Después de algunos días, Arcadio se encontraba mirando hacia La Cuna en su rutina de cuidado, encuentra a Amelia sentada sobre un acantilado mirando hacia el cielo, cumpliendo con la orden de no bajar se limitó a admirarla y escuchar lo que decía...

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