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Ancla 1

La Vieja Guardía

Después de apagar el despertador y encender la estufa para hervir el agua, sale de su casa y como es su costumbre observa todo a su alrededor, esa mañana parece un poco más brillante que otras, el sol sale poco después de las seis,, pero, este día, por alguna razón, el alba se asomaba por las colinas -se ha descompuesto el despertador- fue lo primero que pensó, era lógico pensarlo, era un viejo reloj, tenía casi treinta años, lo compró antes que Abel, su hijo mayor naciera.

Sin prestar atención camina hasta su pequeño huerto de maíz, ya tiene poco más de medio metro de altura, regresa a su casa a preparar el café, el agua estaba hirviendo desde que entró, toma la taza y se la prepara, piensa que debe irse lo más pronto a pastorear, haberse dormido una hora le altera toda su rutina, no desayuna en casa, prepara dos lonches, uno para desayunar y otro para la hora de comer, se toma la taza de café a prisa, prepara otro poco en un termo para llevárselo, sale con paso veloz pero se detiene apenas unos cuantos fuera de la puerta.

-¿Pero qué demonios? Se pregunta dejando en el suelo la pequeña mochila que carga consigo siempre que va a trabajar- Si acabo de ver la alborada, ya estoy viejo, veo cosas que no son. 

El viejo decide regresar al interior de su hogar para desayunar con calma, apenas servía su desayuno en la mesa cuando un poderoso estruendo seguido por segundos de un intenso sismo lo toman por sorpresa llevando lo que estaba sobre la mesa al suelo, el anciano sale corriendo, pareciera que es de día, una lumbrera en el cielo ilumina tan fuerte como el mismo sol del mediodía, cae de rodillas llorando, poseído por el miedo, intenta hablar pero la voz se niega a salir, la lumbrera desaparece del cielo pocos segundos antes de escuchar los pasos de alguien acercarse, alza la vista y ve a un hombre de unos cuarenta años, desnudo y con marcas en el cuerpo caminar hacia él, con una sonrisa lo saluda parado a menos de un metro. 

Justo a las cinco de la mañana suena la alarma del reloj despertador de Don Abraham, desde hace casi treinta años que se levanta a la misma hora, incluso, tal es tu costumbre que muchas veces vence al despertador, al levantarse pone a calentar agua para su café matutino, sale y revisa la pequeña cosecha que tiene sembrada alrededor de su terreno, algunas veces tiene frijol, otras maíz, alguna que otra vez sembró papa, pero siempre, en su pequeño terreno destina unos pocos metros cuadrados para sus plantitas.  

Don Abraham tiene casi sesenta años, vive en la casa heredada por sus padres, su esposa murió hace poco más de nueve años, sus hijos viven lejos de ahí, con el esfuerzo de sus manos le pagó carreras a cada uno, es un hombre de campo, la vida llevó lejos de su pueblo natal a todos sus hijos, pero cada uno de ellos ayudan a su padre en lo que necesita, tiene seis nietos y uno más en camino, espera poder conocerlo el verano próximo que vengan de vacaciones, cada año se reúnen todos con él. 

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