


Apnea Capitulo II

El rechinido de los motores que abrían la reja nos hizo volver a la realidad. El vehículo de sus padres iluminó las cortinas de nuestra fortaleza de la soledad, donde no debíamos ocultarnos. Esta es la primera vez que estoy frente a los padres de alguien, en general, nunca en mi vida me había dejado ver los padres de una conquista y hoy por propio pie entré en su casa. Hasta el momento en que el señor me estiró su mano y lo saludé pensé en lo raro que era esta situación.
Con sus padres dentro de la casa, aunque a varios metros de distancia y algunas paredes de soporte tomamos la distancia prudente que existe entre dos amigos, dos amigos que se quieren, pero no pueden tocarse, que no se pueden acariciar o besar...
La noche prosiguió más tranquila, uno coqueteaba al otro y era contestado, pero no había más, aún menos cuando su hermana bajó a platicar un rato con nosotros. Tuve que disimular mi risa cuando vi que a ella no le pareció para nada que entrara a nuestra charla. Cada una de sus caras, sus estados de ánimo, todas y cada una de sus características son difíciles de describir, pero está justamente esta, es superior a mi corto léxico, hasta me atrevo a decir que no existe una palabra en este o cualquier otro idioma capaz de describirla. Debo de resumir toda mi palabrería y verborrea en el puchero más lindo que he tenido la suerte de contemplar.
Una hora después me tuve que poner de pie y caminar hacía la puerta de madera que dividía la realidad real a la realidad en la que habitamos esa tarde. Al llegar a la segunda puerta nos detuvimos, una despedida de más de diez minutos, no sabía cómo despedirme. Me moría por besarla otra vez es una verdad, pero ya al volver al planeta tierra volvíamos a ser dos seres que hacíamos daño a alguien más por nuestro propio bien. ¿Qué bien podíamos hacer si para eso debíamos derramar el dolor de un tercero?
Todo eso pasaba por mi cabeza, pero mirarla era suficiente para que lo olvidara. Así que esta vez fui yo quien la besé.
Un beso más corto que los anteriores, un beso con firma de despedida y posdata de te espero pronto.
Lo curioso sucedió al conducir de nuevo a casa. Subí a mi moto, pero no arrancaba, me decía vete y yo contestaba primero entra, ella repetía que primero me fuera. Otros diez minutos se suscitaron en esa despedida hasta que al final me dijo que los dos, ella cerró la puerta y yo prendí la moto, caminó hacía dentro y yo metí cambio. Cuando la vi en el arco de la puerta lista para entrar lancé un giño, me lo correspondió y dijo adiós. Ahora ya me puedo ir.
Mi mayor desahogo es mi motocicleta, no importa que emoción me invada, es mi moto la que descarga lo que cargue conmigo. Iba a más de cien por hora por avenidas que sólo está permitido ir a veinte o cuando mucho subir a los cuarenta. Algunos altos perdieron el trabajo esa noche, no respeté ninguno.
Dos luces son las que consiguieron parar mi andar. Una luz azul y otra roja acompañados de una corneta.
Un par de oficiales vestidos de azul descendieron de su auto, caminaron hacia mí apuntando sus lámparas a mi rostro. Licencia, tarjeta, placas, me pidieron en orden, sin importa que estaban a punto de multarme yo sonreía. Me pidieron que me bajara, algo se decían entre ellos mientras revisaban mi motocicleta y luego a mí. No me importaba la situación.
Uno de ellos se me acerca con una pregunta que me hizo reír.
-Ya dinos la verdad ¿Qué te metiste?
No pude contener la carcajada.
-Nada oficial, ni siquiera bebo.
-No creo ¿entonces por qué vienes así?
No podía contener la risa e hice lo que siempre hago, conté la verdad aun sabiendo que me podía meter en líos.
-Vengo de la casa de alguien -Le dije- y por fin la pude besar. Ambos hombres me vieron un poco incrédulos, no me importaba si me creían o no, contesté lo que era.
Bien, fue todo lo que me dijo uno de ellos, me regresaron mis papeles y me dejaron ir.