Recuerdo tus pechos, pequeños, del tamaño justo para mi boca, rosados, con esos detalles tan únicos que me hacen soñarlos.

 

Recuerdo tus labios, delgados, rojos, pero carnosos, como se descarapelaban por la resequedad de los días y el oírte decir que era mi culpa, que les hacían falta mis besos.

 

Recuerdo tu espalda, ese bello mural que ponías frente a mí, blanco como la nieve o amarillo de caricatura, creo que eso dependerá de la opinión del que lo vea, pero para mí, hermoso, tu parte favorita del cuerpo.

 

Recuerdo tus piernas, largas y delgadas, con un estilo con el que nadie puede competir, estilizadas y sofisticadas, un monumento viviente eres, sostenida por las piernas más bellas que he visto o tocado.

 

Recuerdo tu trasero, estrecho y bien firme, hermoso, simplemente hermoso, podía durar horas viéndote desnuda dormir, contemplado toda la majestuosidad de tu cuerpo, toda la majestuosidad de tu ser.

​

¿Cómo olvidar tu cabello? Claro que lo recuerdo, negro, con un brillo rojizo natural, no necesitaba de tintes, tu tenías un brillo único, despampanante, siempre dije que tu cabello me atacaba pues se oponía a que mis labios jugaran con tus pezones, pero la verdad es que lo amaba.

 

Recuerdo tus delgadas y largas manos, esos dedos hermosos y ese lunar escondido entre uno de ellos, como se te notaban las venas, como las hacías puño cuando te enojabas, recuerdo verlas acariciar mi cuerpo, también verlas enojadas conmigo cuando querías bañarme y me tenías que regañar, las recuerdo tan bien, que creo estarlas sintiendo ahora mientras escribo.

 

Tu “tatuaje” es algo que no puedo dejar desapercibido, ese accidente en tu pie que te dejó una huella que ahora le dices que es tu tatuaje, marcas de batalla, las marcas de tu hermosa piel.

​

Te recuerdo cada noche, cada día, cada luna o cada ocaso, nunca te he olvidado, por momentos siento que ya no estás y paso días e incluso semanas sin que vengas a visitarme, pero de pronto, cuando menos lo imagino estás otra vez, sentada junto a mí.